Esta es una reflexión del padre Antonio Torres que fue señor cura de este lugar y habla sobre la Semana Santa de Rincón de Tamayo, fue escrita en 1980:
“El sabor de las charamuscas y el olor de ropa nueva; los rostros desconocidos de los visitantes y las “caras conocidas” de los hijos de esta tierra; la devoción del santo Cristo de la Bajada preferida y el coro de las “insignias” con sus sentidos cantos de pasión, hace toda una sinfonía de recuerdos y vivencias para que cada uno de los que año con año asisten a la Semana Santa en la parroquia de Tamayo, los murmullos, los rezos y los cantos de perdón van llegando cada vez más fuertes a los oídos, al corazón, se gesta el cambio del creyente y no solo de espectador, sino actor y participante del mismo acontecimiento que lo ha empujado a revivir y reencontrar el origen de su fe y de condición de cristiano; el misterio de Cristo Redentor.
Decir Semana Santa en Tamayo ciertamente para muchos quiere decir hacer la fiesta del hombre, con todo lo que tiene este de egoísmo, de frustración y de inconsciencia. Para otros muchos, la Semana Santa será el acontecimiento más importante y trascendental de su vida de fe durante el año, y como tal, así lo viven. Para ello será la fiesta del hombre, Cristo Dios en su misterio de amor, de liberación y de participación de su triunfo a todos los que creen y esperanza en él. Semana Santa es la fiesta, es el teatro, es el drama del mundo concentrado ene l Gólgota hecho presente en Tamayo. Cada quien es actor enes te drama de vida y muerte y a unos les toca hacerla de villanos, y a otros les tocara hacerla de Cirineos.
Semana Santa en Tamayo es la palma del Domingo de Ramos, las macetas y las alfombras en la calle para que pase el Hijo de David, y será la comida típica de camarones y nopales, esa que es extraña al otro lado del Bravo y que solo se vine a saborear cada tres o cinco años. Es el encuentro con el vecino y el amigo, con el pariente y con el “paisano” que viene desde Chicago o desde el Distrito Federal, a renovare las raíces de su cultura original y a visitar a los “jefecitos” de la casa solariega donde se pasaron aquellos años alegres y despreocupados de la infancia y de la adolescencia.
La Semana Santa cambia el ritmo de la vida comunitaria y ya con días de anticipación se deja sentir este cambio, desde las ceremonias y misas de velación de los santos Cristos mayores, hasta los ensayos del coro de las “insignias”, el cuadro de la “Sentencia” y la confección de los dulces, caramelos propios de esta temporada, que serán una fuente de ingresos providencial para algunas de estas familias que también se han visto golpeadas por la situación económica en la que estamos atorados.
Aquí en Tamayo, la Semana Santa prácticamente empieza el miércoles de ceniza, éste día ya es un anuncio fuerte de la fiesta grande al final de la Cuaresma, en donde la ceniza será solamente el puente que nos conducirá por el pasillo de la penitencia y la conversión, a la luz de la RESURRECCIÓN. Cada acto de Cuaresma será un paso que nos acercara poco a poco al umbral de la Semana Santa.
Semana Santa en Tamayo es la fiesta del volantín de caballitos, del tiro al blanco y del rehilete, vestido de arco iris; es la fiesta del “compadre” con su buen trago de aguardiente entre pecho y espalda, es la ocasión para lucir la grabadora traída del “norte” para grabar los cantos que sirven de consuelo y refrigerio al Santo Cristo de las Tres Caídas, es también la ocasión para pagar la manda al Señor de la Clemencia, el Jueves Santo.
Semana Santa es la fiesta salvadora del Redentor Resucitado, cuando en la mañana del domingo de Pascua del pueblo fiel se resiste a regresar a sus hogares, espera pacientemente, con su vestido de fiesta recién estrenado y el sabor de menta en los labios, la aparición de la Magdalena presurosa que, venida del sepulcro santo, rompe el espacio transparente y quieto de la mañana pascual con el anuncio de que el Señor ha resucitado, lo ha visto y le ha dicho que todavía nos ama..a pesar de todo.
“El sabor de las charamuscas y el olor de ropa nueva; los rostros desconocidos de los visitantes y las “caras conocidas” de los hijos de esta tierra; la devoción del santo Cristo de la Bajada preferida y el coro de las “insignias” con sus sentidos cantos de pasión, hace toda una sinfonía de recuerdos y vivencias para que cada uno de los que año con año asisten a la Semana Santa en la parroquia de Tamayo, los murmullos, los rezos y los cantos de perdón van llegando cada vez más fuertes a los oídos, al corazón, se gesta el cambio del creyente y no solo de espectador, sino actor y participante del mismo acontecimiento que lo ha empujado a revivir y reencontrar el origen de su fe y de condición de cristiano; el misterio de Cristo Redentor.
Decir Semana Santa en Tamayo ciertamente para muchos quiere decir hacer la fiesta del hombre, con todo lo que tiene este de egoísmo, de frustración y de inconsciencia. Para otros muchos, la Semana Santa será el acontecimiento más importante y trascendental de su vida de fe durante el año, y como tal, así lo viven. Para ello será la fiesta del hombre, Cristo Dios en su misterio de amor, de liberación y de participación de su triunfo a todos los que creen y esperanza en él. Semana Santa es la fiesta, es el teatro, es el drama del mundo concentrado ene l Gólgota hecho presente en Tamayo. Cada quien es actor enes te drama de vida y muerte y a unos les toca hacerla de villanos, y a otros les tocara hacerla de Cirineos.
Semana Santa en Tamayo es la palma del Domingo de Ramos, las macetas y las alfombras en la calle para que pase el Hijo de David, y será la comida típica de camarones y nopales, esa que es extraña al otro lado del Bravo y que solo se vine a saborear cada tres o cinco años. Es el encuentro con el vecino y el amigo, con el pariente y con el “paisano” que viene desde Chicago o desde el Distrito Federal, a renovare las raíces de su cultura original y a visitar a los “jefecitos” de la casa solariega donde se pasaron aquellos años alegres y despreocupados de la infancia y de la adolescencia.
La Semana Santa cambia el ritmo de la vida comunitaria y ya con días de anticipación se deja sentir este cambio, desde las ceremonias y misas de velación de los santos Cristos mayores, hasta los ensayos del coro de las “insignias”, el cuadro de la “Sentencia” y la confección de los dulces, caramelos propios de esta temporada, que serán una fuente de ingresos providencial para algunas de estas familias que también se han visto golpeadas por la situación económica en la que estamos atorados.
Aquí en Tamayo, la Semana Santa prácticamente empieza el miércoles de ceniza, éste día ya es un anuncio fuerte de la fiesta grande al final de la Cuaresma, en donde la ceniza será solamente el puente que nos conducirá por el pasillo de la penitencia y la conversión, a la luz de la RESURRECCIÓN. Cada acto de Cuaresma será un paso que nos acercara poco a poco al umbral de la Semana Santa.
Semana Santa en Tamayo es la fiesta del volantín de caballitos, del tiro al blanco y del rehilete, vestido de arco iris; es la fiesta del “compadre” con su buen trago de aguardiente entre pecho y espalda, es la ocasión para lucir la grabadora traída del “norte” para grabar los cantos que sirven de consuelo y refrigerio al Santo Cristo de las Tres Caídas, es también la ocasión para pagar la manda al Señor de la Clemencia, el Jueves Santo.
Semana Santa es la fiesta salvadora del Redentor Resucitado, cuando en la mañana del domingo de Pascua del pueblo fiel se resiste a regresar a sus hogares, espera pacientemente, con su vestido de fiesta recién estrenado y el sabor de menta en los labios, la aparición de la Magdalena presurosa que, venida del sepulcro santo, rompe el espacio transparente y quieto de la mañana pascual con el anuncio de que el Señor ha resucitado, lo ha visto y le ha dicho que todavía nos ama..a pesar de todo.
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